Un día perfecto en Madrid

Rayos de sol entran a raudales por la ventana mientras me despierto. Miro mi reloj y sonrío: son las nueve de la mañana y tengo un día entero para disfrutar de todo lo que Madrid tiene que ofrecer.
Mi primer objetivo: el desayuno. En lugar de mi desayuno normal, cojo el metro a Sol, donde cruzo la calle y entro en La Mallorquina. Inmediatamente, huelo el aroma de las tartas que se mezcla con el aroma del café. La pastelería está llena de gente, como siempre. La escena me es familiar. Veo a la mujer vieja que compra su barra de pan de todos los días. Veo al niño pequeño que tira su madre de la mano hacia la vitrina llena de galletas. Veo a la pareja joven sentada en el bar, sus tazas de café ignoradas mientras se ríen juntos. Compro una palmera y voy con ella a la Puerta del Sol. Me siento al borde de una fuente. La estatua del hombre a caballo me sobrepasa mientras como y miro todo. Los turistas pasan frente a mí, cámaras listas para capturar la imagen de Sol en este día perfecto. Oigo a los vendedores ambulantes mientras caminan por la plaza. Miro a los artistas callejeros con una mezcla de admiración y compasión. Me encanta la energía, la diversidad de personas, el color, el ruido. Me siento pequeña dentro de esta muchedumbre de gente. Una sensación de tranquilidad me embarga. Normalmente, yo soy la persona que camina por Sol deprisa, pero ahora soy la espectadora.
El magnífico tiempo me inspira para caminar al Templo de Debod. Con su atmósfera tranquila, las vistas de Madrid increíbles, y el ambiente casi misterioso que produce el templo, este sitio es lo opuesto a Sol. Imagino la historia de este templo egipcio; la tierra de dónde viene, cómo llegó a Madrid, y cómo fue construido.
Quiero quedarme allí el resto del día, pero es la hora de marcharme. Viajo al Parque del Retiro, donde me reúno con mi mejor amigo de Tufts. Decidimos alquilar un bote de remos y pasamos la tarde en el lago donde nos reímos, hablamos de nuestras vidas, y tratamos de aprender cómo remar realmente en bote.
Cuando nos cansamos, vamos al Mueso Reina Sofía. Entramos en la sala oscura donde el Guernika cuelga de la pared en todo su esplendor y nos maravillamos de la obra en el silencio austero y profundo del museo. Con los estómagos vacíos, salimos del museo y cruzamos la plaza frente al museo y vamos a Pinocchio, el mejor restaurante italiano de Madrid. Cenamos con tres de mis amigas del programa, y después paso la noche en un club con mis cuatro amigos, bailando y disfrutando de su compañía. Al final de la noche, regreso a mi casa con un sentimiento de felicidad puro e intenso. He pasado este día como si fuera el último, y como si fuera una madrileña auténtica.

Kaitlin Deveau, Tufts in Madrid, otoño 2012.



 

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