Conociendo el panorama museístico estadounidense: el Museo Clark y el museo MASS MoCA

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ANA I. DEL CASAR- Este pasado sábado 27 de febrero, mi profesor de Foundations of Arts Administration organizó una excursión al Museo Clark (The Clark) y al Museo de Arte Contemporáneo de Massachusetts (MASS MoCA), el primero a unos noventa minutos de Saratoga Springs; y el segundo, a unos veinte minutos del primero.

The Clark

El Museo Clark surgió de la colección de arte reunida por Robert Sterling Clark (1877-1956) y su esposa Francine Clark, Clary de soltera (1876-1960); él era el heredero de la corporación Singer, cuyo negocio en torno a las máquinas de coser reportó en su momento tantos beneficios que fue esta empresa la que encargó uno de los primeros rascacielos de Nueva York, el mítico edificio Flatiron. Por su parte, la señora Clark era una actriz francesa. Coincidiendo con otros multimillonarios estadounidenses que, desde los años 20, miraron hacia Europa para comprar todas las obras maestras que estuviesen a la venta, el matrimonio Clark reunió a lo largo de su vida un auténtico tesoro artístico que incluye alguna de las obras más icónicas de pintores como Renoir, Goya, Gerôme, Rembrandt o Degas. La lista de nombres no para aquí, sino que incluye también Lautrec, el taller de Botticelli, Alma-Tadema, Jacques-Louis David, Singer Sargent y Turner, entre muchos otros.
En 1950, el matrimonio inauguró el Instituto de Arte Clark, sede permanente de su colección, en Williamstown, un pueblo que gira en torno al Williams College. Las razones por las que los Clark decidieron ubicar tamaña colección en un lugar tan pequeño como Williamstown fueron porque la familia de él tenía vínculos con la universidad, y porque en Nueva York museos como el MET habrían deslucido la reunión de los Clark dejándola en una visita de segunda categoría. Como tras la muerte de los Clark, el museo sigue adquiriendo obras, en 2014 el prestigioso arquitecto japonés Tadao Ando finalizó la ampliación de The Clark, con un edificio minimalista, de líneas puras, absolutamente moderno y también, quizás, demasiado frío, poco acogedor. En cualquier caso, estas características van muy bien con la tan frecuente sacralización del arte, puesto que el edificio ayuda a situar al arte por encima del espectador, haciendo que éste adopte una actitud reverencial hacia el primero. Es más, es muy posible que este tipo de relación fuese el buscado por la junta del Clark, puesto que es una aproximación al arte conservadora que coincide con, por un lado, el elitismo del matrimonio Clark, y por otro, con el canon por el que se rige la colección, formada únicamente por maestros del arte absolutos, sobre los que no cabe ninguna duda (en este sentido, es curioso cómo Degas y Lautrec, que eran revolucionarios en su momento, son ahora parte de la vieja guardia del arte). Además, una arquitectura rompedora es especialmente arriesgada en el caso del Clark, porque con una colección tan reducida y una localización de tan difícil acceso, el visitante ha de estar seguro sobre qué va a encontrar en el museo, así que una presentación canónica del arte ayuda a cumplir con lo que la mayoría de la gente espera de un día en el museo.
En cualquier caso, este tradicionalismo (que se refleja incluso en la página web del museo, basada en la geometría, el minimalismo y el binomio blanco y negro) no es necesariamente negativo. Al contrario, es una delicia estar en una institución que tiene las ideas muy claras sobre su identidad y sus objetivos, y que no trata de contentar al modernismo adoptando las últimas tendencias. Más allá de esto, la colección en sí es una maravilla y el hecho de que esté en un lugar tan remoto (el museo está, literalmente, en medio de la nada, rodeado por explanadas de césped con el perfil de las montañas como telón de fondo) hace que la visita sea casi privada. Aquí, por una vez, no hay que preocuparse por colocarse en un lateral del cuadro para no dificultar la visión al resto de los visitantes, ni hay que esperar colas para entrar, ni hay que convivir con el zumbido constante de los turistas que van y vienen con sus cámaras. De esta manera, el museo Clark es de los pocos lugares que conozco que cumple con el ideal del concepto de museo: un espacio donde el visitante puede establecer una relación íntima con el arte con mayúsculas. ¿Dónde más una puede estar a solas enfrente de un Rembrandt? La verdad es que no se me vienen muchos ejemplos a la cabeza, como no sea irse a los principales museos a primera hora de la mañana los lunes y probablemente, ni eso. Normalmente, y según mi experiencia, aquellos museos donde puedo estar por mi cuenta, sin las presiones de decenas de turistas en la misma sala, son más bien centros culturales localizados en pequeños pueblitos que hacen el mejor de sus esfuerzos por enseñar sus artistas y objetos locales. Por lo tanto, el Clark, precisamente por sus, a primera vista, desventajas, se sitúa entre los primeros puestos de mis experiencias museísticas memorables y totalmente recomendables.

Mass MoCa

Otra de las razones para ir al Clark es que, a veinte minutos de distancia, se puede visitar el MASS MoCA, que es el concepto opuesto. Ya la localización, North Adams, una ciudad de pasado industrial significativamente más pobre que Williamstown, comienza marcando diferencias. De hecho, si el Clark es la representación del museo elitista y conservador por excelencia, el MASS MoCA aboga por la innovación y los riesgos artísticos, lo que incluye no poseer una colección propia, sino invitar anualmente a varios artistas para que creen obras (en muchos casos efímeras) en los espacios del centro, y exponer durante un plazo máximo de 25 años aquellas creaciones que sean consideradas canónicas dentro el mundo del arte contemporáneo, una etiqueta mucho más difícil de ser reconocida puesto que, si algo caracteriza al arte de hoy, es su constante estado de evolución (o involución, dirían los críticos). El segundo gran enfoque del MASS MoCA es el impacto social. De este modo, el propio museo se encuentra en una fábrica abandonada rodeada por casas antiguamente habitadas por pequeños narcotraficantes y consumidores de droga que el museo tuvo que comprar (¿quién quiere pasar un día en familia en un lugar con proliferación de jeringuillas y rayas?), remodelándolas para alojar en ellas a los artistas visitantes. Como no sé suficiente sobre el museo y sus programas sociales, no puedo verdaderamente comentar sobre su política, pero a primera vista parece paradójico que un centro que tiene como misión ayudar a su entorno opte por esconder un problema debajo de la alfombra (comprar las casas para alejar las drogas del centro), en vez de lidiar con él (¿tal vez donar dinero a programas locales de rehabilitación sería una buena opción?). De todos modos, es cierto que un museo no puede estar en todo y que, si quiere realmente estar en la cúspide del mundo artístico, ha de centrar sus energías y priorizar el arte sobre el apoyo social, que para el orden inverso ya están las ONGs. Además, según nuestra guía, una antigua estudiante de Skidmore, gracias en gran medida al impacto del museo, North Adams ahora tiene el setenta por ciento de sus locales en uso y el treinta por ciento restante abandonados, cuando antes de la llegada del MASS, la relación era la opuesta, con el setenta por ciento de los espacios abandonados. Por otro lado, el museo está apostando por exposiciones y programas cuya visita requiera más de un día, con el objetivo de animar a los visitantes a quedarse al menos una noche en la ciudad para que gasten dinero en los negocios de hostelería y restauración locales.

Ana I. del Casar, becaria de UAM en Skidmore College, 2015-16

Ana I. del Casar, becaria de UAM en Skidmore College, 2015-16

Más allá de la loable filosofía del MASS, sus exposiciones son exactamente lo que anuncian: arte contemporáneo. Lo cual implica que, si no te gusta este sector, el MASS no es tu paraíso. El edificio está muy bien restaurado, dejando vistas las estructuras internas para que la historia y esencia del lugar no desaparezcan, pero totalmente rehabilitado de manera que resulte un espacio cómodo; las actividades pueden ser bastante interesantes, como los conciertos que organizan en verano o la música country en directo que tienen en directo los fines de semana; y las galerías son curiosas de ver. Pero al cabo de un par de horas, las piezas geométricas abstractas, las mezclas imposibles de colores, las telas colgando de un lado para otro no tenían mucho más que ofrecerme porque, más allá de su atractivo visual, no era capaz de encontrar un significado en las piezas que pudiese trasmitirme algo y hacerme reflexionar y sentir durante más de quince minutos por obra. En cualquier caso, el día resultó sumamente interesante e instructivo, visitando centros de los que, de no haber sido por esta excursión, probablemente nunca habría oído hablar.

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