RESEÑA DE FÚTBOL_Joao

La tarde del viernes 21 de febrero estaba reservada de antemano para nuestro primer encuentro futbolístico de la temporada. Un espléndido sol, augurio de la proximidad de la primavera, invitaba a mover el cuerpo al aire libre y por ello nos congregamos unos cuantos estudiantes, mentores, una intercambio e incluso jugadores random que de forma providencial se sumaron a completar las alineaciones y permitir que rodara el balón. Melissa fue la única persona que tuvo el privilegio de atestiguar y fotografiar tal exhibición desde fuera del rectángulo de juego.

Poco a poco fuimos conociendo nuestro estilo, de un lado se destapó la picardía de Santiago Noriega, que se echó a su equipo a la espalda -compuesto por él, una intercambio, dos catalanes y un trapero llamado Green Lavita- con sus esporádicas incursiones por banda, juego directo al espacio y un oficio digno de mención que le permitieron perder la cuenta de los goles que iba marcando. Otros tantos regaló a Raquel, la intercambio, que cuando supo controlar el balón no dudó en perforar la portería adversaria y dejar su sello en la cancha mítica de su universidad.

Del otro lado el destino quiso que se juntaran en un mismo equipo Rubén, Mariángeles y Javier, algo insólito en la historia del fútbol e inolvidable para quienes lo vieron, puesto que dos estudiantes y un mentor del programa de primavera de Tufts-Skidmore unieron fuerzas para remontar un partido que se les había puesto muy cuesta arriba. Lo consiguieron gracias a la sobriedad en el juego de Mariángeles, que fue de menos a más y terminó deleitando a extraños y ajenos con golazos de zurda, de diestra, de fuera del área y un sinfín de asistencias; sumados a una osadía en la toma de decisiones que compensaron la puntería desafinada de Rubén, que las tuvo de todos los colores y habría pintado él solito el arcoiris, de no ser por la alegría y la prolijidad en el juego que mostraba su compañera. Javier, El Rocoso, en su línea, no quiso más protagonismo del que merecía y dio consistencia defensiva al equipo para que el ritmo no decayera.

Nadie quería que se acabara el partido pero a medida que avanzaba el tiempo de juego, se notaba que iban faltando las energías. El primero en marcharse fue el trapero, que dejó a su equipo con uno menos debido a “compromisos profesionales”. A partir de ese momento establecimos un límite para nuestros esfuerzos: quien llegara a 10 goles antes ganaría. Y así ocurrió, uno de los dos equipos tuvo que meter el último gol, cuando a todas nos empezaba a faltar el aire. Pero quien escribe estas líneas ya ni recuerda cuál de los dos equipos fue: señal de que el resultado final era lo de menos. El balón había pasado por todos los pies y caprichosamente tuvo que recobrar la quietud cuando terminó el partido.

Entonces Javier, que había sido su cumpleaños poco tiempo atrás, tuvo la bondad de invitarnos a todos los jugadores e incluso a Melissa, a un refresco que nos tomamos en círculo, sentados en el césped al viejo estilo universitario, mientras reseñábamos y despedíamos la actividad de la mejor forma posible.

Joao Carvalho De Andrade mentor primavera 2020

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